viernes, septiembre 30, 2005

La casa de Holy, foto de George Steinmetz

DE FORMAS Y FORMULAS

El Eterno (loado sea su nombre) formó el mundo a partir del caos, del Tohuwabohu.
Los neurofisiólogos (mejor será que permanezcan innominados) han descubierto su secreto, y ahora cualquier diseñador que se precie, es capaz de imitarle e incluso de hacerlo mejor que Él

El asunto es éste: durante mucho tiempo se creyó que las formas que el Dios Creador había llenado de contenido estaban ocultas tras ese contenido, y que podían ser descubiertas ahí. Por ejemplo se pensaba que Dios había inventado la forma del cielo y la había superpuesto al caos el primer día de la creación. Así habían surgido los cielos. Y que luego gente como Pitágoras y Ptolomeo habían descubierto esas formas divinas detrás de los fenómenos y las habían dibujado. La cosa se explicaba mediante ciclos y epiciclos; en eso consistía precisamente investigar: en descubrir el diseño divino detrás de los fenómenos.
Desde el Renacimiento nos hemos encontrado con algo sorprendente y, aún hoy, no del todo digerido: ciertamente, los cielos se pueden formular y formalizar en los ciclos y epiciclos ptolomeicos, pero aún mejor en los círculos de Copérnico y las elipses de Kepler.

¿Cómo es esto posible? ¿Empleó acaso el Creador ciclos, epiciclos y elipses el primer día de la creación? ¿O resulta que no fue Dios nuestro Señor, sino más bien los señores astrónomos los que establecieron esas formas? ¿Son acaso las formas, no divinas sino humanas? ¿No eternas en el mundo supralunar, sino plásticas y moldeables en el nuestro? ¿Es posible que sean no ideas e ideales, sino fórmulas y modelos? Lo difícil de digerir en este asunto no es el hecho de quitar a Dios para poner a los diseñadores (y entre ellos a los arquitectos *) como creadores del mundo. Lo que realmente no puede digerirse es que, si fuese verdad que hemos ocupado el trono de Dios, los cielos (y en general todo aspecto de la Naturaleza) deberían poder ser formalizados del modo que quisiéramos, y esto no ocurre así. ¿Por qué describen los planetas órbitas circulares, epicíclicas o elípticas, pero no cuadradas o triangulares? ¿Cómo es que podemos formular las leyes naturales de distintas maneras, pero no de cualquiera?
¿Existe acaso algo ahí fuera que se traga algunas de nuestras fórmulas, mientras que escupe y nos tira a la cara otras? ¿Hay quizá una “realidad” ahí fuera que, si bien se deja in-formar y formular por nosotros, sin embargo nos exige una cierta adecuación a ella?
La pregunta es absolutamente indigerible, pues no se puede ser diseñador y creador del mundo, y al mismo tiempo estar sometido a él. Afortunadamente (pues aquí un “gracias a Dios” no tiene mucho sentido) hemos descubierto recientemente una solución a esta aporía. Una solución que se retuerce como el nudo de Möbius. Hela aquí: nuestro sistema nervioso central (SNC) recibe de su entorno (que, evidentemente, incluye también nuestro propio cuerpo) estímulos codificados digitalmente. El sistema procesa estos estímulos por métodos electromagnéticos y químicos (aún no del todo conocidos) y los convierte en percepciones, sentimientos, deseos y pensamientos. Percibimos el mundo, sentimos y deseamos con arreglo a como el SNC ha procesado los estímulos; y este proceso se encuentra programado de antemano en el SNC.Es un proceso que, codificado en nuestra información genética, le está prescrito al sistema.

El mundo tiene para nosotros las formas que están inscritas en la información genética desde el principio de la vida en la tierra. Ésta es la explicación de por qué no podemos imponerle al mundo cualquier forma. El mundo sólo toma aquellas formas que correspondan con nuestro programa vital.

Ahora bien, continuamente le hacemos burla a ese programa vital, y no de una, sino de muchas maneras. Efectivamente, hemos inventado métodos y aparatos que funcionan de modo similar al sistema nervioso, sólo que de otra manera. Podemos computar esos estímulos (partículas) que llegan por todos lados de modo distinto al SNC. Somos capaces de crear percepciones, sentimientos, deseos y pensamientos distintos, alternativos. Además de en el mundo computado por el SNC, podemos vivir en otros mundos. Podemos vivir el presente de varias maneras distintas .E incluso la expresión “el presente” puede significar varias cosas. Lo que acabamos de decir es ciertamente terrorífico, incluso monstruoso, pero los nombres que se le asignan son de lo más tranquilizadores: ciberespacio o espacio virtual, denominaciones que suenan de lo más bonito. Y que lo significan es la siguiente receta:

Cójase una forma, una cualquiera, un algoritmo cualquiera articulable numéricamente.

Introdúzcase esa forma a través de un computador en un plotter.

Una vez que, de este modo, se ha hecho visible la forma, rellénesela con partículas tanto como sea posible. Y obsérvese cómo van surgiendo mundos. La realidad de cada uno de esos mundos se acercará tanto más a la del mundo producido por el SCN(es decir, hasta ahora, el nuestro), cuanto más nos acerquemos al SNC en nuestra capacidad de rellenar las formas.

Es ésta una bonita cocina de brujas: cocinamos mundos de formas arbitrarias y lo hacemos al menos tan bien como lo hizo el Creador en el transcurso de los famosos seis días. Somos los auténticos maestros hechiceros, los genuinos diseñadores, y eso nos permite, ahora que ya le hemos ganado la mano a Dios, hacer oídos sordos a todo canto de sirena y a todo Immanuel Kant que proclame con voz melodiosa que la cuestión de la realidad: “real” es aquello que está computado elegante, eficaz y concienzudamente en formas; e “irreal” (por ejemplo, soñador, ilusorio) es aquello que está computado chapuceramente. Por ejemplo, si la imagen de la mujer de nuestros sueños no es del todo real, es porque nuestro sueño nos ha salido chapucero. Si le encargamos a un diseñador profesional que se ocupe de ello, y si puede ser, a uno que esté provisto de un hológrafo, entonces él si que nos proporcionará mujeres de los sueños, y de las buenas, y no sueños cutres. Así es como habrá de ser y de ningún otro modo.

Le hemos descubierto el truco al Eterno (loado sea su nombre), le hemos robado sus recetas de cocina y ahora cocinamos incluso mejor que Él. ¿Estamos realmente ante una nueva Historia? ¿Cómo era el cuento ese de Prometeo y el fuego robado? Quizá creemos estar simplemente sentados delante del ordenador, cuando en realidad estamos a punto de ser encadenados al Cáucaso. Y quizá estén ya algunos pájaros afilándose el pico, preparándose para comérsenos las entrañas

Vilém Flusser: “Filosofía del diseño”
Editorial Síntesis, el espíritu y la letra nº11